Elephant Juice (Sexo entre amigos) fue concebida como exposición colectiva a exponerse únicamente un día en un restaurante de la Ciudad de México. Damián Ortega, curador del proyecto, reunió dibujos, fotografías, esculturas, instalaciones y performances de dieciocho artistas en Los Manantiales, un comedor situado dentro de una estructura circular de concreto construida en 1958 y diseñada a base de intersecciones de formas hiperbólicas por el arquitecto Félix Candela.
Más allá de un ejercicio curatorial convencional, Ortega propuso un escenario para ser intervenido: un laberinto circular hecho de andamios alquilados. En colaboración con el arquitecto Mauricio Rocha, Ortega diseñó y construyó el laberinto, parcialmente cubierta con lona, plástico y malla, dicha estructura servía para colgar fotos y dibujos y con pequeñas secciones destinadas a exhibir videos y esculturas.
El recorrido en el laberinto presentaba condiciones peculiares de visita para el espectador, quien imposibilitado para ver más allá de unos cuántos metros, experimentaba una percepción parcial y fragmentada del espacio. Mas que un camino a seguir a ciegas, el laberíntico formato ofrecía una serie de sorpresas, al establecer una relación lúdica entre las obras y dar al espectador la oportunidad de perderse dentro de la exposición. Esto permitía que algunas obras adquirieran más de un significado, dependiendo de la orientación del punto de vista del visitante. La experiencia de un objeto confundía con la de otro: las obras intercambiaban referencias que transformaban su interpretación. La expedición para llegar al centro del laberinto se convertía entonces, en la búsqueda de afinidades ocultas e insospechadas entre obras.
A cada artista le fue dado un diagrama del laberinto y un boceto de su componente principal: un módulo rectangular orientado verticalmente y subdividido en ocho rectángulos. El plano incluía un espacio central más amplio en donde los visitantes podían pasar el tiempo y convivir. Basados en este diseño, los artistas debían preparar su participación: Gabriel Kuri cubrió uno de los pasillos sin salida del laberinto con una lona de color rosa brillante, creando un espacio similar a un típico puesto de un mercado; en el «cuarto» un bombilla brillaba sobre un pequeño paisaje hecho con trozos de musgo fresco separados por periódicos. Esta instalación introducía un cambio en luz, temperatura y olor con respecto al resto del recorrido. Kuri hace referencia a la «frescura» y la «temperatura» de una noticia e invita a una conciencia agudizada de los sentidos.
Según Ortega, Elephant Juice «pretende iniciar una atracción física y tangible entre objetos inanimados, situaciones y espacios a través de un ambiente marcado por una cierta tensión: alterando las condiciones de visita y combinando elementos vivos con artefactos inorgánicos». El performance de Javier Rodríguez transmitía esta tensión física sin mediación: equilibrando un vaso de agua en la cabeza, el artista recorrió el laberinto durante horas y no lo bebió hasta el final de la noche. Los espectadores que presenciaron el precario acto de equilibrio se convirtieron en cómplices de la acción, sujetos a la misma atracción ejercida entre las obras de arte.
Lawrence Weiner propusó una de sus emblemáticas frases en esténcil: Diversos grados de daño hecho a una misma cosa. La declaración de Weiner, impresa en costales de papas blancos, funcionaba como trasfondo para el escenario central del laberinto: una escultura de Rirkrit Tiravanija inspirada en los diseños hexagonales de Enzo Mari y coronada con un poste de acero. Tiravanija invitó a un bailarina «de tubo» para activar la obra, mientras que el público visitaba la exposición. La bailarina estaba «revestida» de dibujos del Dr. Lakra, creando la ilusión de ser una de chicas pin-up de carne y hueso.
El título de la muestra viene de la combinación del título de una película que Ortega descubrió en Brasil: Elephant Juice (el título original) es una expresión inglesa que, articulada sin emitir sonido, hace creer a alguien que estás diciendo «I love you». Y Sexo entre amigos es la arbitraria traducción que los distribuidores brasileños eligieron para volverla más impactante y atractiva. Fascinado por dicha dislocación entre traducciones, Ortega encontró en el malentendido un ejercicio deliberado de disolución de significado: un espacio abierto para la interpretación que cada visitante hace de la exposición, el mismo espacio activado por la participación de todos y cada uno.
La exposición se acompañó de comida y música en vivo hasta el cierre. Con libertad para recorrer el espacio y crear su propia experiencia, cada visitante era responsable de la curaduría de su visita. Esta experiencia fue descrita por Ortega en una entrevista: «Dentro del laberinto se crean trayectorias, y también se cierran; diferentes niveles a diferentes alturas exigen nuestra atención, pero están siendo negociados y transformados constantemente [...] son espacios en continua fluctuación».