Sin la pequeña isla que la imanta y, de hecho, la nombra, La Peñita de Xaltemba sería solamente el último y deslavado eslabón de una cadena que incluye a Sayulita, San Pancho y Lo de Marcos: playas de Nayarit que conforme disminuyen en tamaño crecen en encanto, hasta llegar a La Peñita y su isla, ese punto final color de selva, ese marcador que divide en dos al horizonte y reeduca constantemente a la mirada. Para un pintor, el magisterio de la isla es ideal, no sólo por su sorprendente variación de colores sino por su valor referencial, su ubicación en el espacio y, posteriormente, en el lienzo, incluso si su presencia sólo se adivina.