La obra del artista Gabriel Orozco se asemeja a la del compositor Johann Sebastian Bach en más de un sentido. El arte de la fuga —al que ambos son tan proclives— impide una y otra vez cualquier definición. La obra de Orozco es un continuo aprendizaje, una afinación de las ideas y de los procesos que, tejidos en su mente, se desplazan en busca de respuestas. Bach lo sabía todo y no sabía nada, escuchaba al silencio y lo llenaba de sentido. Ambos artistas depuran una técnica cuya estabilidad se da en el cambio constante. Capaces de generar asombro o rechazo, casi siempre incomprendidos, raramente profundizados.