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Lo que queda después del acontecimiento se asienta en los recovecos de la memoria. Adquiere formas extrañas, multiplica las emociones, prolifera formas de conocimiento y olvido. Los artistas de Una puerta entreabierta —Diambe, Thiago Hattnher y Michael Ho— apropian el vocabulario visual del paisaje para abordar esa huella que vibra en la memoria. Las pinturas de paisaje en la tradición occidental, aunque en apariencia se enfocan en el mundo natural, tratan inevitablemente también sobre el sujeto humano que organiza y contempla la escena. Estas pinturas han sido ejercicios ideológicos y “académicos”, sí, pero también crean y reconfiguran maneras de sentir, relacionarse y recordar. Familiares pero extrañas, las visiones que evoca este grupo de pintores siguen la lógica inquietante de los sueños. En sus cuadros no aparece la figura humana, sin embargo, emergen entre la niebla como ensamblajes de la memoria, como portales a un inconsciente que es a la vez individual y colectivo.

Asociada al retrato más que al paisaje, la orientación vertical de muchas de estas obras hace referencia al interés por nuestra relación subjetiva con el entorno. Consideremos los paisajes vibrantes de Diambe, pinturas que parten de motivos naturales pero se inclinan hacia paletas y composiciones fantásticas. Las pinceladas abreviadas y compactas de témpera se deslizan sobre los lienzos de Diambe sin saturarlos. Sus bloques de color rompen la continuidad de la imagen, que nunca llega a resolverse en una forma estable. Más bien, las visiones de Diambe se sedimentan con el tiempo —pincelada tras pincelada, recuerdo tras recuerdo— y riman con los estratos geológicos que se extienden por estas pinturas. Diambe nos invita a considerar nuestro lugar dentro de procesos de transformación ecológica más amplios, que exceden el tiempo humano.

Al igual que Diambe, Thiago Hattnher se ciñe a un formato vertical que desestabiliza las coordenadas espaciales de la pintura de paisaje tradicional. Cada obra se compone de múltiples unidades compositivas, generalmente una serie de rectángulos y cuadrados que pueden o no contener imágenes radicalmente distintas. En una de las pinturas, una línea irregular que recuerda al borde rasgado de una hoja de papel atraviesa el centro del lienzo. Flotando sobre tres campos de color atmosféricos aparecen los contornos fantasmales de unas flores. Sus formas evocan manchas secas sobre madera salpicada por la lluvia, siluetas formadas por objetos retirados tras una tormenta. Acechando la pintura como una ausencia que es también presencia, la huella espectral de las flores introduce el paso del tiempo en la composición.

Michael Ho se mueve entre lo personal y lo social al meditar sobre procesos históricos que dan pie a sentimientos de liminalidad y desarraigo. Más que paisajes, sus pinturas se asemejan a laberintos de la memoria, inspirados en su experiencia como un inmigrante de segunda generación chino, queer, en Europa. A través de sus obras, trabaja los registros impersonales de las historias de migración, la transmisión cultural y la construcción de mitologías nacionales que marcan indeleblemente al individuo. Ho aprovecha la porosidad del lienzo, empujando pintura desde el reverso y acumulando capas de color que producen patrones fantasmales, casi invertidos, en el reverso. En el “frente” del lienzo, pinta con detalle preciso y marcado: un destello de claridad en medio de un tiempo y lugar inestables. Tomemos como ejemplo Der der die Zukunft pflückte (2025), en el que tiene lugar una especie de intercambio o presentación: un par de manos sostiene un conjunto de cuentas mientras otro par de manos se acerca. Observamos esta escena a través de lo que podrían ser hojas flotando en la superficie del agua, un vistazo fragmentado que da cuenta de los límites de nuestro conocimiento.

Hay algo incalculable en las obras de cada uno de estos pintores. En conjunto, nos ofrecen caminos sensoriales a través de la geografía y la historia; conjuran imágenes que brillan en los intersticios de los relatos oficiales y las imposiciones del orden. A través de sus prácticas, estos pintores componen y descomponen en el mismo gesto, empleando el lenguaje del paisaje con fines propios. En su cualidad táctil, estas obras evocan la sensación persistente del tacto y nos conectan con las historias que habitan en cada gesto. Si estos artistas abren portales a otras formas de percibir y sentir, también nos despiertan una intuición difusa, una visión nublada que, de manera paradójica, siempre estuvo enterrada en nosotros.

Texto de Connor Spencer

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una puerta entreabierta: diambe, michael ho, thiago hattnher
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