Ha crecido el mar y el agua cambia de azul a gris a café. En la playa se desparraman pedazos de mosaicos, varas, gorras, llantas, ramas, sacos de maíz y matas de follaje arrojados como mensajes. El océano les da forma, pule sus orillas, los moldea y se estrella contra ellos, los saca del agua y los arrastra de vuelta hacia adentro, moviendo la materia por todos lados. Un viejo sofá ha sido arrastrado a la orilla, junto a juguetes que yacen en la arena. Detrás de todo esto, muros grafiteados tensan impredecibles tendederos, y los grandes charcos o toda la calle convertida en río reflejan la luz del sol que se asoma entre las heridas de las nubes.
kurimanzutto presenta la primera exposición individual de Roberto Gil de Montes en México, Temporada de lluvias. Evocando el verano pleno en Nayarit, este serie de óleos explora las imágenes ocultas y las historias olvidadas o imaginadas que hay detrás de la cotidianeidad en el trópico durante la temporada de lluvias, cuando casi todas las tardes un aguacero empapa el paisaje y desdibuja el aire, imponiendo un lustre entre el observador y lo que ve.
Nacido en Guadalajara en 1950, Gil de Montes se mudó a Estados Unidos a la edad de doce años, y pasó su adolescencia y primera madurez como artista mexicano en Los Ángeles, donde se integró al movimiento de arte chicano. Se mudó a la Ciudad de México en los ochentas, antes de regresar a California y, nuevamente, sentir la llamada de México, donde finalmente se asentó, en el pueblo de La Peñita en la costa de Nayarit.
A la práctica artística de Gil de Montes la guían una atención disciplinada y la experimentación lúdica. Marcada por la influencia ecléctica de artistas como, entre muchos otros, Marsden Hartley y los pintores figurativos de la bahía de California de los cincuentas, en su obra también hay referencias frecuentes a las tradiciones artísticas prehispánicas. Sus pinturas suelen estar pobladas por las figuras suntuosas y diversas de los sueños y la vida diaria, junto con la iconografía del arte huichol: el lienzo es un espacio donde se redefine la distinción entre lo real y lo imaginario.
Al mismo tiempo que dan testimonio de muchas migraciones y transgresiones, geográficas y culturales, estos nuevos cuadros evocan el poderoso sentido de las peculiaridades del lugar donde fueron creados. La temporada de lluvias es una invitación para no salir: la mirada del artista se vuelca hacia adentro. Estas imágenes, dotadas con el agudo sentido del absurdo del artista, su ligereza característica y su generosidad de espíritu, son la encarnación de la búsqueda inconclusa del significado detrás de las ideas, de los incidentes, de las cosas más mundanas y de las mortalmente serias.
Hay jóvenes recostados sobre el agua, evaluando ambiguamente la distancia entre el reposo lánguido y la calma mortal. Figuras híbridas, no-binarias, están parcialmente sumergidas y al mismo tiempo expuestas con decisión. Rostros interrogantes se asoman detrás de superficies veladas, follaje verde, pantallas de televisión, máscaras y tocados que nos devuelven la mirada y esperan una respuesta. Cinco danzantes del venado fueron atrapados por la tormenta o se adentran lejos en el mar. Los cuerpos llaman a otros cuerpos. Dos hombres piensan en nadar entre las lápidas rotas que el huracán exhumó y reordenó. Y un joven en guayabera está parado frente al rojo calcinado de su imaginación, con un búho, y ambos nos escrutinan.
Cuando las nubes se alzan y separan y el sol irrumpe, Gil de Montes nos recuerda que la hirviente humedad hace que todo viva otra vez en brillantes figuras reptantes. Y la búsqueda vuelve a comenzar.
–Lucy Foster