El mercado de Medellín nunca había visto nada parecido. Entre las carnicerías y fruterías del bazar, uno de los pocos que aún resisten a la gentrificación de la colonia Roma, en Ciudad de México, aparecieron aquella mañana de 1999 una veintena de jóvenes artistas de aspecto extravagante. Habían alquilado un local y esperaban vender sus creaciones junto a los puestos tradicionales de comida. Hubo música, cocinaron curry para todo el mundo y acabaron montando una gran fiesta. Entre ellos estaba Damián Ortega, un joven caricaturista político que empezaba a abrirse camino en el mundo del arte y quería ser como los grandes muralistas mexicanos. Su aportación a la improvisada exposición fue menos ...