A pocos días de haber inaugurado su gran retrospectiva en Bellas Artes, el artista nos abrió las puertas de su estudio en Tlalpan
por María Olivera
Durante el tiempo que se extendió la charla con Damián Ortega (Ciudad de México, 1967), en la azotea de su estudio se escucharon varios aviones cruzar el cielo. Aunque Tlalpan parece un mundo aparte y marcha a un ritmo distinto de la Ciudad de México, el ruido sirve como recordatorio de que estamos en ella. “En Tlalpan no hay tantas actividades. Aquí hay conventos y psiquiátricos, y eso me funciona para entrar en otra dinámica. Esto era un departamento que rentaba y se fue expandiendo, primero sólo usaba la planta baja y el garage, después el dueño se fue y me ofreció quedarme con la parte de arriba. Ha sido un proceso de irlo colonizando y entendiendo. No es bonito, no es del todo funcional pero es muy orgánico porque se ha ido haciendo solito”.
El estudio del artista está compuesto por diversas habitaciones en las que se encarnan varios talleres de producción, una oficina con archiveros, el espacio en donde se hacen las mezclas de color y el cuarto dedicado a Alias, la editorial que fundó hace 17 años. En los muros y techos hay diagramas, rezagos de obras; se reconocen (aunque no para alguien ajenx a ese universo) anotaciones y dibujos para montajes, memorias: los puntos anaranjados son de una pieza, los azules de otra. El oficio de Ortega es primordialmente manual: aunque realice procesos de digitalización, se mantiene atravesado por lo físico, por lo artesanal, y ahí radica la importancia de tener esas notas a la vista.
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