Huachinangos relucientes, cuerpos sumergidos en el agua hasta los tobillos, una garza, un Chac Mool en la sombra. Con precisión lúdica, y con la provocativa colocación de figuras en o sobre un paisaje, afines o ajenas a sus compañeros animados e inanimados, Roberto Gil de Montes recupera el momento poético, el momento de ensoñación en que la percepción vence brevemente a la simultaneidad, a la abstracción y al desorden para encarnar formas materiales que se mueven y toman forma antes de volver a disolverse.
En estas pinturas el agua recibe al mismo tiempo que otorga tesoros, su superficie refleja y confunde a la vez la profundidad, debajo de contornos abigarrados y opacos. Los cuerpos, parcialmente oscurecidos o perdiendo su especificidad, son sumergidos, volcados, transportados u ocultos por el agua o el borde del lienzo, sumergiéndose dentro y fuera del campo de visibilidad.
Roberto Gil de Montes prueba y desafía las percepciones de primer y segundo plano, un paisaje envolvente, azul y verde que nos invita a ver las sucesivas capas de la narrativa superpuestas en un escenario único e idiosincrásico. El mar envuelve, pero también cede y entrega sus peces y sus historias para la extracción de las figuras que pueblan este paisaje en un lenguaje visual de color, receptividad e interacción. Con la superposición traslúcida de elementos a través de superficies y figuras —el velo, la línea de la costa en movimiento, el agua misma— el artista restituye un equívoco a la lucidez onírica de algunas de las escenas, adhiriéndose con fidelidad característica a una reverencia hacia lo que permanece indeterminado, espontáneo, parcial o tácito. ¿Será el rescate sólo una forma más de captura? Y al abrazar formas visibles de ambigüedad —usar una máscara, permanecer de pie en el agua, estar colgado boca abajo o posar detrás de un velo—, ¿estaremos, en realidad, ofreciendo las versiones más explícitas de nosotros mismos?
Lucy Foster—